“El tiempo de pensar en pequeño ha terminado”, aseguró este martes el presidente Trump en su primer discurso ante el Congreso, en el que resumió sus logros en el primer mes de mandato y delineó las iniciativas que prevé para el futuro inmediato: construcción del ya celebérrimo muro, política de inmigración basada en el mérito -similar a las que aplican países como Canadá o Australia-, reforma integral del Obamacare, gigantesco plan de infraestructuras, política comercial que prime los intereses de empresarios y trabajadores nacionales, una nueva OTAN en la que los demás socios aporten una mayor proporción del gasto, guerra a muerte al islamismo radical y abandono de conflictos innecesarios y un compromiso a respetar la independencia e integridad de las demás naciones.
El discurso fue, más que meramente positivo, triunfal. Tuvo sus inevitables tonos líricos, de arenga para elevar los ánimos, como cuando hizo una apelación a la unidad hacia el final de su alocución: “Esta es nuestra visión. Esta es nuestra misión. Pero sólo podremos alcanzarla juntos. Somos un solo pueblo, con un único destino. Todos derramamos la misma sangre, todos honramos la misma bandera, y todos hemos sido creados por el mismo Dios”.
Cono ese toque de show que los americanos ponen ineluctablemente en todos sus grandes actos, Trump trajo al Congreso media docena de ciudadanos de a pie cuyas peripecias vitales empleó como anécdotas para ilustrar sus políticas, desde Megan Crowley, que superó una rara enfermedad que le condenaba a morir antes de los 5 años, a Denisha Merriweather, una afroamericana que superó un entorno de pobreza y violencia hasta llegar a graduarse en la universidad.
Trump, siguiendo en esto la estela de su predecesor Ronald Reagan, se comprometió a “renovar el espíritu americano” a solo nueve años de que el país cumpla 250 años de existencia y expurgó de toda su comparecencia cualquier referencia hostil o negativa. Nada hubo anoche en él del Trump abrasivo de algunas de sus recientes intervenciones. Mostró una visión grandiosa de lo que quiere, pero se mostró inusualmente moderado en la exposición de medidas concretas.
Empezó su discurso con una referencia a la situación de la comunidad afroamericana y a ataques sufridos por la comunidad judía para, en seguida, cambiar el tono a otro enteramente positivo y esperanzador.
Incluso las numerosas referencias negativas a la penosa situación en que su predecesor ha dejado América fueron escuetas: “94 millones de americanos está fuera de la población empleada. Más de 43 millones de personas viven en la pobreza y precisan subsidios alimentarios. Más de una persona de cada cinco en edad de trabajar no tiene empleo. Han padecido la peor recuperación financiera de los últimos 65 años. En los últimos ocho años, la pasada Administración ha acumulado más nueva deuda que casi todos los presidentes anteriores sumados. América ha perdido una cuarta parte de los puestos de trabajo industriales desde la aprobación del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá, y se han cerrado 60.000 fábricas desde que China se unió a la Organización Mundial de Comercio en 2001. El déficit comercial en bienes con el resto del mundo alcanzó el año pasado casi 800.000 millones de dólares. E hizo una referencia genérica a “la herencia de una serie de trágicos desastres de política exterior”.
En las líneas que más pueden interesar a este lado del Atlántico y fuera de Estados Unidos, el presidente subrayó:
“Respetaremos las instituciones históricas, pero también respetaremos los derechos soberanos de las naciones”.
“Las naciones libres son el mejor vehículo para expresar la voluntad del pueblo, y América respeta el derecho de todas las naciones a trazar su propio camino. Mi trabajo no consiste en representar al mundo. Mi trabajo consiste en representar a los Estados Unidos de América. Pero sabemos que a América le va mejor cuando hay menos conflictos, no más”.
“Debemos aprender de los errores del pasado. Hemos contemplado la guerra y la destrucción que han asolado el mundo”.
“La única solución a largo plazo para estos desastres humanitarios es crear las condiciones por las que las personas desplazadas puedan volver a casa a salvo e iniciar el prolongado proceso de reconstrucción”.
“América está dispuesta a encontrar nuevos amigos, a forjar nuevas alianzas en las que se alineen intereses comunes. Queremos armonía y estabilidad, no guerra y conflicto”.
“Queremos paz donde la paz pueda lograrse. Hoy América es aliada de antiguos enemigos. Algunos de nuestros más estrechos aliados, hace décadas, combatieron en el bando opuestos en las guerras mundiales. Esta historia debería darnos fe a todos en las posibilidades de un mundo mejor”.
Diario La Gaceta / La era Trump.