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Con más frecuencia de la deseada y quizá sin alcanzar a revelar la profundidad de la catástrofe social que sacude al país, semana tras semana llegan del exterior índices que insisten en ubicar a Venezuela como nuevo socio en la lista de países que ruedan por el abismo de la pobreza, la desigualdad y las injusticias sociales. El Informe que ayer presentó el “Instituto Cato”, sin embargo, habla de otro peldaño en la rusticidad de la caída, la miseria, que es una nueva categoría con que los académicos designan a los que son empujados “más allá de la pobreza crítica”.
Y no es porque lo diga una institución que, sabemos, goza de un prestigio ganado entre sus iguales en el mundo, sino que basta con que uno, residente en el país, asome a la calle de enfrente, o a la de más allá, para convencerse que un desequilibrio particularmente agudo empieza a aquejar a los llamados tradicionalmente “pobres” y que sucede como consecuencia de la inflación de más del 100 por ciento anual, de la devaluación del bolívar en un 1000 por ciento y de una cifra desempleo que puede rondar el 20 por ciento.
No hay trabajo en Venezuela y la calidad del poco que queda es interferida por el tiempo que se pierde buscando comida para el hogar, medicina para los enfermos y el pésimo transporte que sigue a la falta de repuesto y la pésima situación de las vías.
También hay cortes de luz, o interrupción de la jornada laboral por las inspecciones o las desgracias que siguen a un hampa desbordada que no hace diferencia entre día y la noche, niños, adultos o ancianos.
La caída, no ya del nivel de vida, sino de la vida misma, de los índices que el modelo socialista va triturando porque sus ideales, no son empinar al hombre hacia una mayor prosperidad, sino hacia un rasero donde todos se encuentran en la miseria que registra el “Instituto Cato·.
Por Manuel Malaver / @MMalaverM