No fue sorprendente, pero si inusual, la visita a Caracas ayer martes del canciller cubano, Bruno Rodríguez,
Primero, porque el evento no figuraba en la agenda de los dos gobiernos, y segundo, a causa de que, aparte de los lugares comunes sobre la solidaridad de Cuba con los hoy acosados, y al borde del abismo, “hermanos socialistas” venezolanos, no hubo otra actividad que justificara la presencia del alto funcionario.
Y si fue así, razones no le faltan, pues con más del 80 por ciento del país clamando por revocar el mandato de Maduro, y el 95 por ciento de la comunidad internacional presionando por un diálogo que ponga fin al régimen que destruye a Venezuela, nada más lógico que los cubanos -expertos en formar, sostener y sacarle el jugo a los dictadores-, se quieran llevar a la isla a un desintegrado en riesgo de sufrir lo impensable por la furia popular.
Porque todo hay que decirlo: Maduro es hoy un dictador odiado como todos los de su especie, pero con una suerte de abominación intensa como solo pudieron tenerla asesinos en serie como Stalin y Hitler, pues se trata de sádico que está matando a 28 millones de personas de hambre y por falta de medicinas, condenando a generaciones de niños a la desnutrición irrecuperable y vendiendo el país por pedacitos para mantener su infame y cancerígeno régimen.
Es también un miembro activo de la delincuencia organizada, ya que promueve la corrupción, el narcotráfico y el terrorismo y cogobierna con pandillas de pranes que, desde las cárceles, le prestan apoyo a cambio de impunidad.
De modo que, razón tiene la dictadura pedigüeña cubana de tratar de garantizarle la vida a este presunto agente de sus servicios secretos que, ha hecho muy bien su trabajo y se ha ganado un merecido descanso al lado de las momias putrefactas de Raúl y Fidel. Llevenselo!