Manuel Malaver
En América, el continente de los desacuerdos, ha surgido de repente un acuerdo y es el de ponerle fin, y cuanto antes, a la dictadura atroz, esperpéntica, estrafalaria, trasnochada, y anacrónica de Nicolás Maduro.
Y cuando le adjudico todos estos títulos, no es porque la palabra “dictadura” no defina por si misma el total de sus atrocidades, sino porque, llegando a la de Maduro, nos encontramos con un aborto cuya tipicidad es deformar, incluso, sus deformidades.
En otras palabras que, no hay quien defina esto, quien le consiga lógica, alguna explicación, a menos que se sumerja en las pesadillas de Il Bosco, Brueghel, Goya o Dalí.
Y pienso yo que sería por ese terror presentido ante una nada que puede ser todo, por lo que los venezolanos, desde que vieron aparecer a Maduro se lanzaron a combatirlo, derrotarlo, extirparlo, cauterizarlo, tal se extirpan o cauterizan los tumores, los carcinomas, las fístulas.
Esta semana comenzó viendo las peripecias que hacen tres países del Mercosur (Argentina, Brasil y Paraguay) para que a Maduro no se le ocurra aparecer por allá reclamando la presidencia del Mercosur, y hace tres, el Consejo Permanente de la OEA, aprobó con una mayoría de dos tercios activarle la “Carta Democrática” que culminaría expulsándolo de la organización.
Pero el pueblo venezolano también lo acosa con un Referendo Revocatorio, que también está activado por que ya se le solicitó a CNE y con el cual lo expulsarían definitivamente del poder.
Hay otras causas contra Maduro en el Tribunal Penal Internacional de La Haya por violaciones de los Derechos Humanos, Crímenes contra la Humanidad y Genocidio.
También, me cuentan, que familiares del difunto presidente Chávez y civiles y militares que lo acompañaron en la intentona golpista del 4F, y en los primeros años de su gobierno, reúnen pruebas contra Maduro para demostrar que, conjuntamente con los dictadores cubanos, Fidel y Raúl Castro, planificó y participó en el asesinado del también llamado “presidente eterno”.
Total que, un bacalao llamado Maduro, y absolutamente indigesto y sin nada que ver con el rey de los mares noruegos.