No pensaron -ni siquiera en la peor de sus pesadillas-la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff y su mentor, Lula Da Silva, que a cinco semanas para celebrarse las elecciones presidenciales los trabalhistas estén a punto de salir del poder, según la mayoría de las encuestas que dan como ganadora en una segunda vuelta a la ecologista, socialista y evangélica, Marina Silva.
Circunstancia aterradora que surgió de un imprevisto: la muerte el 13 de agosto en un accidente aéreo del candidato -tercero en las encuestas- del Partido Socialista Brasileño (PSB) , Eduardo Campos, quien tenía como compañera de fórmula a la señora, Silva.
Pues bien, el sacudón vino por el lado de que, una vez que asumió la candidatura socialista, Marina Silva, desplazó del segundo lugar a Aecio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y ya para comienzos de semana una encuesta de IBOPE estaba revelando un “empate técnico” en las elecciones que se celebrarán el próximo 5 de octubre entre Dilma y Marina.
¿Cómo pudo operarse tal “cambiazo”, una revolcada en las preferencias que le debe estar quitando el sueño a la presidenta, a su mentor Lula, y a sus aliados en el subcontinente que son todos los jefes de Estado que comparten el credo populista, socialista y revolucionario, Maduro entre otros?
Pues por el detalle de que con Marina, Dilma, perdió el atractivo de ser la única mujer en postularse, la única socialista, y la única “amiga” de los pobres que cursa en la contienda.
Pero, de igual manera, le crecieron dos desventajas: la primera es ser gobierno; y la segunda, ser la primera jefe de Estado blanca que enfrenta a una candidata de raza negra en un país donde el 60 de la población es de origen africano o mulato.
Ya lo había predicho un analista hace unos años: Brasil será el próximo país de América en elegir a un Obama como presidente.