Venezuela es un país que se aprovechó durante años del boom sostenido de los precios del petróleo hasta que un día esa bomba explotó en mil pedazos. Mientras se producía esa fiesta, el consumo público y privado aumentaba sin contrapartida de producción real, lo que hubiera permitido sostener la economía en caso de que los precios del petróleo cayeran y de alguna forma hubiera generado un piso ante la eventualidad de lo que luego sucedió.
Si se observa, entre el año 2006 y 2012, el Gobierno multiplicó por cinco la deuda externa del país. Repito, por cinco. Es justamente en el año 2006 cuando el Estado tomó un papel importante de importador al pasar de un 15% a un 50% del total de las importaciones (por eso los sectores privados latinoamericanos, nuestros «empresarios» que negociaban allí, si no iban «avalados» de alguna forma y luego no eran «avalados» en algún sentido allá, no eran considerados para ningún entendimiento comercial. ¿Soy claro?).
A partir de los años 2013-2014, a Venezuela se le comenzaron a cerrar algunos mercados financieros internacionales al ver el rumbo fúnebre que tomaba la economía bolivariana. El país, que abonaba su deuda externa con seis meses de exportaciones en el 2006, en el 2016 requiere cinco años para lo mismo. Esto lo puede corroborar cualquiera que chequee estos datos con el mercado internacional. No hablo de nada que no se pueda comprobar con analistas expertos (R. Hauman y M. Santos son mi referencia).
Entre nacionalizaciones, swap de oro, operaciones con China, atrasos de Petróleos de Venezuela S. A. (Pedevesa) y deudas del Gobierno central, en fin, los cálculos más optimistas hablan de los 160 mil millones de dólares, por lo que Venezuela ya no puede acudir al mercado internacional a buscar financiamiento para aligerar la deuda, porque nadie pone un dólar en ese territorio belicoso en estos momentos al no reformatear su crisis económica.
El país tiene, además, una inflación galopante que la relata cualquiera que los visite, una pobreza que causa pena, y un déficit fiscal y monetario del que no tienen la menor idea de cómo salir al oír la voz de sus exponentes económicos que suelen ser bastante limitados en sus explicaciones por fuera del manual propagandístico diario.
Quizás el esquema de endeudamiento con China permita algo de oxígeno pero no por demasiado tiempo, tampoco los chinos son generosos a cambio de nada. Todo lo hacen por intercambios dolorosos y suelen ser caros esos movimientos. La «chinización» es carísima, lo sabemos todos.
Lo que no se entiende desde afuera es lo que está haciendo Venezuela dentro de su lógica. Se lo explico: está procurando bloquear las importaciones creyendo ilusamente que de esa manera enfría lo poco que le queda vivo de la economía para ver si desde ese punto puede retomar alguna senda de recuperación posible. Es, por cierto, una mirada dogmática, infantil, necia, fruto de un Gobierno centralizador y claramente corrupto, que nacionaliza buena parte del aparato comercial del país que queda. Un país no es un almacén donde dejo de comprar insumos durante varios meses y con eso me saneo para luego volver al mercado para ver si puedo «colarme» nuevamente. Un país es algo más complejo. En Venezuela, la ignorancia y la cleptocracia gobernante no lo asumen.
Agrego más, obsérvese que si la niña mimada es Pedevesa y resulta que el Gobierno la endeudó incluyendo traspasos que son impagables, imponiéndole cargas que le corresponderían al Gobierno central y hasta triplicó la nómina de empleados de la empresa en su peor momento, en fin, nada resulta lógico. Al terminar el día el costo promedio de producción de Pedevesa se ha triplicado también, lo que es un delirio infernal en un mundo donde el petróleo no deja de estar entre 45 y 50 dólares el barril.
Si Venezuela fuera sensata, tendría que abrir las importaciones gradualmente, recurrir a fuentes de financiamiento con un reformateo de su endeudamiento, para generar un clima amigable de negocios, de talante no prebendario como ha sido en los últimos años y con horizontes creíbles (Esto no es neoliberalismo, es sensatez).
Todos los que han concretado negocios con Venezuela a lo largo de estos años han obtenido notables ganancias, pero son conscientes de que ha sido fruto de acuerdos cerrados con amigos ideológicos y no consecuencia de negocios libres con empresarios competidores en mercados abiertos, donde ganaba el más hábil o el mejor precio. Y todo esto, a la larga o a la corta, se irá transparentando en todos los países donde hubo «emprendedores latinoamericanos» que hicieron fortunas con la «gloriosa» Revolución bolivariana. Por eso, ahora es vital impulsar el mix político y social, porque de no obtener «legitimidad» ciudadana con el «revocatorio», la evidencia de que el Gobierno venezolano es sólo una élite delincuencial que pretende prorrogarse en el poder es tan obvia que, en vez de transitar por una transición moderada en búsqueda del modelo democrático real, terminará con el mismo final, pero con un río de sangre fruto de la irresponsabilidad y la mala fe de un grupo de alienados que no termina de entender el presente ineluctable.
Hay procesos que son imprescindibles siempre y si se pueden alcanzar con la menor cantidad de víctimas, es mejor para todos. La democracia, en la actualidad, es una necesidad y un derecho, pero no es sensato que para obtenerla haya que transitar por tragedias evitables. Por eso, el papel de la Organización de Estados Americanos (OEA) en este asunto es relevante, porque nos recuerda a todos el camino del bien. Hacía mucho que este organismo multilateral no tomaba una apuesta tan impactante. Es un ejemplo de lo que hay que hacer en muchos otros asuntos regionales de entidad similar. Y es un ejemplo de la diplomacia que puede alejarse de las palabras anodinas y vacías para comprometerse hasta los tuétanos con la verdad.
Washington Abdala
El autor es un abogado, escritor y ex diputado uruguayo.