No se cumplió con absolutamente nada de lo acordado en el inicio del diálogo. Como lamentablemente era bien evidente que sucedería.
Emilio J. Cárdenas
Los venezolanos pasaron este año una de las Navidades más tristes de su historia. Sumidos en las privaciones y sin demasiadas esperanzas de cambio genuino en paz. El diálogo con la participación de la Iglesia Católica, representada por el Cardenal Pietro Parolin, está virtualmente paralizado.
Como realmente no podía ser de otra manera, atento la perversidad moral de Nicolás Maduro y su régimen. No cumplieron absolutamente nada de lo comprometido. Sólo intentaron (y lograron) ganar tiempo.
La próxima reunión, prevista para el 13 de enero próximo no tendrá lugar. La oposición ya ha anunciado que no concurrirá a la mesa de negociaciones, porque francamente no tiene sentido hacerlo en el actual estado de cosas. Es meramente perder el tiempo, desde que el gobierno de Nicolás Maduro no está dispuesto a ceder un palmo ante lo que hoy es más del 80% de los venezolanos que reclaman un cambio de rumbo. Para la oposición la actitud del gobierno de Maduro ha vuelto al esfuerzo de buscar consensos un ejercicio evidentemente estéril. Y es por cierto así.
No se implementaron las medidas requeridas para aliviar la crisis de abastecimiento de comida y medicinas. No se permitió negociar un calendario electoral, de modo que sea el pueblo, en las urnas, quien decida, sin dilaciones, cómo avanzar hacia un mejor futuro. No se restituyó a la asediada Asamblea Nacional, controlada por la oposición, el rol y las facultades expresamente previstas en la Constitución venezolana. Y, finalmente, no se liberaron a los detenidos políticos.
No se cumplió con absolutamente nada de lo acordado en el inicio del diálogo. Como lamentablemente era bien evidente que sucedería. Se perdió miserablemente el tiempo. Todo está igual de mal que al tiempo de partir con el ejercicio conducido por la Iglesia Católica. Las soluciones a los cuatro puntos antes mencionados debieron estar en marcha el 6 de diciembre pasado, en función de lo requerido por la Iglesia Católica. Aún no lo están. Ni lo estarán nunca.
No hay ya, entonces, razón alguna para seguirnos engañando pensando que Nicolás Maduro y los suyos tienen alguna buena fe. No es así. Son perversos. Y procuran sus propios objetivos, no los de los venezolanos en su conjunto.
Mientras tanto, la crisis social, en palabras de la oposición, se ha hecho “más veloz e inflamable”. Los saqueos y las agresiones y muertes están a la orden del día. La ley no se respeta. Las autoridades se han convertido en lo que la mesa de Diálogo denomina como “los Herodes de la violencia”. Se vive en una suerte de “tierra de nadie”. En una situación que obviamente es por todo ello de una gran angustia. Y sumamente peligrosa. Al límite mismo de los desbordes.
Los facilitadores del diálogo han sido -ellos mismos- objeto de insultos, como es la conocida costumbre de los “bolivarianos”.
Para la oposición: “no hay posibilidad de interlocución alguna con un gobierno que no sabe (ni quiere) dialogar respetuosamente, ni siquiera con algunos de los facilitadores internacionales que él mismo invita”, los de su propio palo.
Esta es la situación. Parece inexplicable haber llegado a ella. No es así. Este y no otro, el de la parálisis, era siempre el objetivo perseguido por Nicolás Maduro y sus distintos secuaces. No hay espacio para auto-engañarse. Ni tampoco derecho. Sólo reconociendo la verdad se saldrá de esta muy difícil situación por la que atraviesa Venezuela.
*El autor es exembajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas