Aunque los resultados del Mundial Brasil 2014 no deberían ser una sorpresa para nadie, deja muchos interrogantes sobre el futuro político de sus más máximo promotores. Lula Da Silva y Dilma Rousseff.
Me acuerdo que una semana antes de iniciarse el Mundial publiqué en esta misma columna un artículo que titulé: “Por qué Brasil puede perder el Mundial”. Aclaraba, desde el primer párrafo, que no me refería al fútbol, -deporte en el cuál el pentacampeón siempre tendrá recursos para salir ganador-, sino al otro Mundial, al de la imagen de país civilizado y desarrollado que es ya un polo para consolidar y atraer inversiones y continuar su carrera para convertirse en una de las sociedades de punta del siglo XXI.
Objetivo que había empezado a cumplirse con logros realmente írritos, pues, aparte del gasto excesivo para un país de 200 millones de habitantes que acusaban graves problemas de desigualdad, déficit en salud, educación, transporte e infraestructura, los estadios y obras que se construyeron dieron lugar a una ola de corrupción que dejó muy mal parado al gobierno de Dilma Rousseff.
Ahora no se trata solo de que el país perdió el Mundial de su imagen, sino también aquel que le permitiría decir que al menos había ganado “algo” y las consecuencias, desde luego, serán demoledoras para las políticas “consumistas” con las que los dos gobiernos trabalhistas (Lula y Rousseff) han querido decirle al mundo que Brasil es ya un país del primer mundo, cuando la verdad es que se trata de un sueño.
Mejor dicho: de una pesadilla, pues tal pretensión ha llevado a sus gobiernos a aliarse con dictadores de la calaña de Ahmadinejad, los hermanos Castro, los chinos, Putin, el difunto Chávez y el poco despierto Maduro.
El resultado es que, en vez de implementarse las reformas que Brasil necesita en todos los campos para decir que, no se arrastra, sino vuela, hacia el siglo XXI, continúa siendo un exportador de materias primas sujeto a los vaivenes de tan voluble mercado.
Que, además, le da la espalda a la democracia, sistema que es la carta de presentación de todo país del primer mundo, desarrollado.
Manuel Malaver
Tomado de “El Diario de Caracas”.