Se que no hay forma de convencer a Maduro que él, el presidente entre comillas, el exlíder autobusero, el Judas más quemado en la Semana Santa del 2014, es el principal problema del país, y que bastaría con que algún suceso o factor lo obligara a renunciar para que Venezuela vuelva a recuperar la paz que tanto necesita para no continuar rodando hacia los últimos peldaños del infradesarrollo regional.
El problema es que los hombres que eligieron a Maduro para hacer lo que está haciendo lo eligieron para eso, para no hacer nada, y permitit que una pandilla de militares y civiles, venezolanos y extranjeros, puedan entrarle a saco a las riquezas del país con la inactiva colaboración del Judas.
Si se lo sigue aunque sea por unas horas se entenderá lo que afirmo: Maduro habla y habla, hace planes, los deshace, los vuelve a hacer y así continúa con una mueca o sonrisa que no sabemos si es contra los venezolanos, o contra él mismo.
Es un tipo absolutamente inconfiable, sin profesión ni origen conocidos, trucado al extremo de que aun no se conoce su partida de nacimiento, o si le debe la presidencia de la república a los dictadores octogenarios cubanos, Raúl y Fidel Castro o a Hugo Chávez.
Sobre el difunto Chávez no es atrevido conjeturar que fuera su víctima, en el sentido de que, habiéndole nombrado canciller, después conspiró con los Castro para sacarlo de juego y heredar, él, el obediente, el autodidacta, el presidente entre comillas, la sucesión.
Como tal pudo escuchársele ayer, hoy, o mañana, o pasado mañana, una nadería, una insignificancia cuya única utilidad es dejarse usar por unos generales carne del Tribunal Penal Internacional de la Haya, y unos dictadores vetustos que ya tienen tumba abierta en el cementerio.