Los policías de Maduro continúan disparando, como desde aquel jueves pasado cuando hicieron una salva al aire para que el Alcalde Ledezma no desarmara a 50 agentes que fueron a detenerlo.
Solo que el martes asesinaron a un estudiante de bachillerato, Kluiberth Roa (14), en San Cristóbal, y el miércoles en la Universidad de Los Andes (ULA), en Mérida, dejaban heridos otros cinco.
Arremetida tan feroz, como inconstitucional, pues en ningún artículo de la Carta Magna se permisa que cuerpos policiales repriman las manifestaciones con balas, y, mucho menos, que el resultado sea de muertos y heridos.
Pero esta es la Venezuela que, primero, Chávez, y ahora Maduro, están configurando como prueba de que son uno y el mismo totalitarismo y que su consigna es ponerle la bota en la cerviz al pueblo de Venezuela, de modo que se dejé someter sin siquiera dar el grito de ley.
Hambre hay en el país, y la desolación que se genera en una sociedad cuando no tiene ni calmantes para quitarse un dolor de cabeza y hay la inseguridad que viene de la hampa común, y la de esta otra hampa, la política, que pretende que 30 millones de venezolanos se conviertan en esclavos y en silencio.
De ahí que, no se haya hecho esperar el repudio de la comunidad internacional contra semejante estado de cosas y la exigencia de que gobierno y oposición se sienten a dialogar para encontrarle solución.
Pero no es lo que quieren oír Maduro y sus gatillos alegres, quienes, en el colmo del desatino, creen que pueden imponerle al país una dictadura, como decía Chávez, “por las buenas o por las malas”.
Por eso, es ahora que la oposición debe hablar, y también el país, para que unidos, tomen la ruta que conduzca al fin de la peor pesadilla que ha vivido Venezuela en toda su historia.