Guillermo Ramos Flamerich
Sería sabroso darle fecha de caducidad a esto. Poder predecir con éxito que le quedan dos meses, una semana o que simplemente es cuestión de horas. El mismo Nicolás Maduro se burlaba de ello en su alocución del miércoles 19 de abril de 2017, cuando se ufanaba que no lo habían podido tumbar en cuatro años. Pero ya no es cuestión de tiempos, sino del tiempo. Cada minuto que pasa es un minuto menos de la Revolución de las Miserias. Su tiempo histórico parece estarse extinguiendo y de la peor manera posible. El chavismo está empeñado en perderlo todo, no guardan las formas como tampoco pareciera que les importe mucho su legado. Maduro será recordado como el peor Presidente en la historia de Venezuela, peor que Julián Castro, salvado en esta época por el olvido. Ese que nos llevó a la Guerra Federal. Nicolás nos ha llevado a un país donde lo peor de nuestro pasado y presente conviven y engordan: autoritarismo, salvajadas, pranatos, el desorden como sistema de mando, la enfermedad y la ruina, el dolor y la muerte.
DEero no olvidemos que el padre de este universo macabro sigue siendo Hugo Chávez y que este gobierno es solo un apéndice de aquel que comenzara un 2 de febrero de 1999, estafando a toda una ciudadanía que en ese entonces exigía un cambio y que hoy lo hace con mayor desesperación. Han vuelto la vida en Venezuela un camino al infierno. Con las llamas de la violencia, la agonía de la escasez, las torturas de un sistema que no sirve para nada y aún así quiere quedarse eternamente mandando. ¡Qué descaro tan grande el de este régimen! Solo sirve para alimentarse a sí mismo. No le interesas ni tú, ni yo, ni los niños, ni los viejos, ni el futuro. Eso sí, les interesa seguir robando aunque no quede tanto en el tesoro nacional y permanecer en Miraflores, así no puedan salir a otro lugar. Porque para la comunidad internacional ya son criminales y su prisión actual es esa jaula dorada del poder, pero ellos dirán que no importa, pues nos tienen a todos nosotros de rehenes.
Si en algo había sido cauteloso Chávez en sus casi catorce años de mando fue en mantener las apariencias y apoderarse de los símbolos. Se apoderó de Bolívar, la idea de patria, la música del llano y todo lo que sonara y se viera como parte de las raíces profundas de nuestra nación. Todo ello con un discurso de reivindicación social que luego le serviría para tomar las banderas del socialismo latinoamericano y mundial. Supo venderse en el mundo como una alternativa a las democracias liberales, con ideas descabelladas pero que podían lograr cambios sustanciales y hacer de su gente una población mucho más feliz. Todo ello fue una farsa, un programa de televisión más, con su utilería y sus discursos clichés. Nada había mejorado, solo una ilusión que Maduro llevó al desengaño junto con la mafia criminal enquistada, sumado a la baja de los precios petroleros en un país que solo vive de eso. En un Estado que hizo su revolución a base de los petrodólares. La tormenta perfecta.
Lo esencial de las protestas de estos días han sido los símbolos de sentimiento nacional que se han desarrollado en torno a ella. Es todo el país contra una camarilla. Son los sueños y anhelos de los venezolanos contra la mediocridad y el descaro de un grupito de corruptos. Es el fin del cuento de una épica que decía tener su base en los pobres y la reivindicación de los pueblos. Hoy es justamente ese pueblo el que pide que se vayan, que regrese la democracia y construyamos la prosperidad. No podemos predecir el futuro, pero podemos aportar nuestros conocimientos, nuestras acciones y decisiones, para que se parezca a eso que siempre hemos merecido y está presente en cada uno de nuestros pensamientos.
Vía Polítika UCAB