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La bandera de la UE ondea junto a la griega junto al Acrópolis de Atenas
Y Grecia dijo oxi (no). Fue una manifestación de orgullo propio, autodeterminación y soberanía de una nación a la que Occidente le debe la inspiración para ser lo que ahora es.
Pero más allá del amplio apoyo (61,3%) que recibió el gobierno heleno a la campaña para rechazar las condiciones de sus acreedores, el problema de los griegos es que tienen que hacer frente a una deuda de 320,000 millones de euros, que está en mora, no desde hoy, sino desde hace largo rato.
Los expertos cuentan que Grecia se dedicó a vivir una vida que no podía pagar sólo con su trabajo, por lo que la nación (bancos, gobierno y ciudadanos) tuvo que endeudarse para poder financiar ese estilo de vida.
A sus gobernantes se les achaca también que ‘maquillaran’ sus cuentas nacionales, para mostrar que eran financieramente aptos para inscribirse en el elitista grupo de países de la Unión Europea, ‘hazaña’ que lograron en el año 2001.
Desde luego, quienes los aceptaron sin comprobar la vigencia de esas ‘credenciales’, y se dieron cuenta hasta cuatro años después, también tienen algo de culpa.
A medida que la deuda griega se iba acrecentando -espoleada por la crisis financiera internacional- a los eurosocios no les quedó más remedio que comenzar a inflar el salvavidas más grande que pudieran formar, de tal modo que en abril del 2010, ofrecieron a Atenas un préstamo de 110,000 millones de euros, para que aliviara su deuda.
Cuando fue evidente que esa cifra no era suficiente, hubo que enviar otra ayuda de emergencia, esta vez de 109,000 millones de euros. Una vez más, para seguir abonando a una deuda que a partir de ese momento llegaba a triplicar la deuda original.
Quizás el ‘pecado’ de los griegos, fue que olvidaron a ese magnífico fabulista que fue Esopo.
Su famoso antepasado ya había advertido hace más de 25 siglos, contra los peligros de vivir como la cigarra (alegremente, como si no hubiera mañana), olvidando los consejos de la hormiga que advierte sobre la necesidad de guardar para tiempos de tempestad.
Como lo sabe cualquier ciudadano, empresa o nación que deba tanto dinero, el problema con ese tipo de deudas es que, le abonen cuanto le abonen, estas no bajan, porque todo lo que el deudor puede abonar se va en intereses que no dejan de crecer.
La crisis comenzó a crecer (hasta llegar a su estado actual), cuando Grecia solicitó este 2015, otro rescate por algo más de 30,000 millones de euros. ¿Alguien querría arriesgar su dinero con un cliente con una deuda y una mora tan alta?
Por su parte, el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea, le instaban, por una parte, a profundizar las medidas de austeridad que tanto sufrimiento han causado al pueblo griego, y por otra, a cumplir con los desembolsos que ya estaban programados.
Al final, el nuevo gobierno de Syriza, encabezado por Alexis Tsipras, lanzó el referéndum con los resultados ya conocidos: 61.3% para el oxi y 38.7% para el nai.
El problema de los griegos es que su deuda sigue creciendo. Si el tercer rescate que las autoridades helenas pedían antes del referéndum era de 32,000 millones, ahora la petición supera los 50,000 millones de euros.
Sin importar lo que pase, sus socios del Viejo Continente no pueden dejarlos caer. Están obligados a ayudarle. Deudores y acreedores están tan cercanamente conectados, que no hay forma de escapar a su destino. Hagan lo que hagan. Como en las mejores tragedias griegas.