Desde que se convirtió en nuestro principal acreedor, los imperialistas chinos no le han quitado la vista a la posibilidad de hacerse con, por lo menos, un 30 por ciento de la estructura accionaria de PDVSA. Objetivo que les estuvo vedado por el hecho de que, con precios del petróleo que se mantuvieron hasta junio entre 100 y 80 dólares el barril, Maduro y sus botarates podían alegar que aún quedaba hilo en el carrete como para empezar a descuartizar la gallina de los huevos de oro.
Esta semana, cuando el presidente venezolano realiza su primer viaje a China, los precios del petróleo, no es que han sufrido un desplome histórico, sino que se duda que pueda volver a ocupar el sitial de centro de la demanda energética mundial que jugó en el siglo XX, pasando a ser, como una vez sucedió con el carbón, un combustible cotizable, pero no imprescindible.
Días negros entonces para los países productores de crudo, pero sobre todo para aquellos que apostaron a que los precios no volverían a bajar y que para esta fecha, enero del 2015,
deberían colocarse en 200 0 300 dólares el barril.
Venezuela, Irán y Rusia forman el trío de los alocados apostadores y son, por tanto, los que se hunden en una crisis de escasez de dólares que, por diversas vías, en todos ha generado inflación, déficit presupuestario, crecimiento negativo y desabastecimiento.
Caos que, en el caso venezolano, solo podría aliviarse con un endeudamiento urgente y masivo, y en eso es en lo que anda Maduro por China, pidiendo a gritos un salvataje a cuenta de lo que le pidan.
Y lo que van exigir los chinos es que le entreguen un pedazo grande en el pastel de PDVSA, que, todos sabemos, a pesar de su casi defenestración, continúa siendo apetitoso y codicioso.
Y Maduro –ahora si- tendrá que ceder, buscará una fórmula para ceder, ya que, como debe haber aprendido de su padre y maestro Chávez, con los chinos: “Si no hay leal, no hay lopa”