Donald Trump es la ‘zona muerta’ en la persecución de ‘delitos de odio’, el personaje que, pese a ser el jefe de Estado electo del primer país de la Tierra, es permisible e incluso aconsejable odiar.
James Hodgkinson, el activista de la campaña del candidato demócrata Bernie Sanders que disparó contra el diputado republicano Steve Scalise, ha muerto a consecuencia de los disparos con que se repelió su ataque.
Hodgkinson había declarado previamente que “Trump es el mayor gilipollas que hay”. Y, desde luego, tenía fuentes inagotables donde alimentar su odio.
De todos es sabido que la policía en Occidente es especialmente eficaz en la persecución y detección de quienes dicen lo que no deben en redes sociales. Aunque aparentemente incapaces de evitar sangrientos ataques por parte de yijadistas conocidos por las fuerzas del orden, los agentes se esmeran en el combate contra la islamofobia, y de hecho la primera medida concreta anunciada por la primera ministra Theresa May ha sido la posibilidad de censurar las redes sociales. Duro golpe contra el crimen.
De todos es sabido que la policía en Occidente es especialmente eficaz en la persecución y detección de quienes dicen lo que no deben en redes sociales. Aunque aparentemente incapaces de evitar sangrientos ataques por parte de yijadistas conocidos por las fuerzas del orden, los agentes se esmeran en el combate contra la islamofobia, y de hecho la primera medida concreta anunciada por la primera ministra Theresa May ha sido la posibilidad de censurar las redes sociales. Duro golpe contra el crimen.
La justificación de esta mano dura contra los llamados ‘comentarios de odio’ es que cuando un individuo amenaza a otro o a todo un colectivo, está creando un clima idóneo para que alguien, si no él mismo, acabe poniendo en práctica lo que predica. Los críticos de estas medidas es que el odio es difícilmente medible y que es fácil que esta política degenere en una mordaza legal contra las opiniones inconvenientes.
De todos es sabido que la policía en Occidente es especialmente eficaz en la persecución y detección de quienes dicen lo que no deben en redes sociales. Aunque aparentemente incapaces de evitar sangrientos ataques por parte de yijadistas conocidos por las fuerzas del orden, los agentes se esmeran en el combate contra la islamofobia, y de hecho la primera medida concreta anunciada por la primera ministra Theresa May ha sido la posibilidad de censurar las redes sociales. Duro golpe contra el crimen.
La justificación de esta mano dura contra los llamados ‘comentarios de odio’ es que cuando un individuo amenaza a otro o a todo un colectivo, está creando un clima idóneo para que alguien, si no él mismo, acabe poniendo en práctica lo que predica. Los críticos de estas medidas es que el odio es difícilmente medible y que es fácil que esta política degenere en una mordaza legal contra las opiniones inconvenientes.
“Entonces, ¿quién va a asesinar a Trump en su inauguración”
“Solo rezo para que el primer ‘nigga’ que intente asesinar a Donald Trump no falle el blanco”.
“Si Trump gana, por favor, no le asesinéis sin acabar antes con [el vicepresidente] Mike Pence porque es un p**o pirado”.
Entre quienes desean la muerte violenta de Trump hay personas de todo tipo de sectores, pero los periodistas están especialmente bien representados. Los Angeles Times se vio obligado a prescindir de los servicios de uno de sus colaboradores, Steven Borowiec, después de que el periodista usara su cuenta oficial en Twitter para confesar su deseo de ver muerto al presidente.
Y fue famosa la portada del prestigioso semanario alemán Der Spiegel en la que aparecía Trump después de haber decapitado la cabeza de la Estatua de la Libertad. Se afirmaba que Trump es una amenaza para el planeta, y se insinuaba que no había modo ‘malo’ de quitárselo de en medio.
Esto son meras pinceladas; cualquier que haya estado mínimamente atento y tenga presencia en redes sociales sabrá que Trump era ‘presa lícita’, que es hasta de buen tono odiarle visceralmente y que desearle la muerte es, si no claramente loable, al menos perfectamente justificable. La ‘deshumanización’ de Trump ha sido completa. Hodgkinson ha apretado el gatillo.
No contra Trump, porque no debe de ser fácil acercarse al presidente con un rifle, pero el autor dejó claro en sus mensajes que el presidente era su presa deseada y que el gran delito de las víctimas reales había sido apoyarle.
Hodgkinson es un caso de manual de lo que medios y autoridades llevan años diciendo sobre la islamofobia. Solo que esta no se ha traducido en tragedias reseñables, mientras que el odio que nadie vigilaba ni reprimía ya tiene sus víctimas.
Vía La Era de Trump, del Diario La Gaceta.