Aunque asesinar caricaturistas es la forma más extrema, atroz y abominable de censura, debemos recordar que en cualquier país donde se le quite su trabajo y asfixie a estos guerreros formidables de la libertad de expresión y la democracia, se asalta y barre con la sala de redacción del semanario humorista, “Charlie Hebdo”. Ejemplo viviente y eterno de cómo la barbarie en cualquiera de sus expresiones, sea el fundamentalismo religioso, o el terrorismo de estado, podrá ejecutar sus amenazas, o perpetuar sus masacres, pero sin que la voz y los trazos de Charb, Cabu, WlinsWolinski y Tignous resulten jamás silenciados.
Más ladinos y cobardes cuando se emprenden desde los estados y gobiernos que aprueban leyes inconstitucionales contra la libertad de expresión y presionan a dueños de medios complacientes para que despidan a periodistas y caricaturistas de oposición e imponen igualmente el silencio que también logran la bomba o el pistoletazo.
En Francia “Charlie Hebdo” contó siempre con el respaldo de los gobiernos democráticos franceses que los sostuvieron en su resistencia a los chantajes para que no cumplieran con la misión a la que se deben los comunicadores democráticos del mundo: criticar a los poderosos, excluyentes, intolerantes y unívocos que piensan que “su verdad” es la única, y quien no lo acepte, debe ser aplastado.
Es el tipo de silencio que hay en Cuba, Corea del Norte, China, Rusia y que cada día cubre más espacios en la Venezuela de Maduro, donde, ya no hay medios televisivos independientes, los periódicos son forzados a cerrar porque no se les suministra papel y las emisoras libres igualmente desaparecen porque se les ahoga si se atreven.
Mi solidaridad, por último, con los caricaturistas franceses y del mundo, con los que son perseguidos y se les arrebata sus medios de trabajo, y son forzados a emigrar o cambiar sus medios de expresión, porque de verdad los dictadores jamás se acostumbran a verlos, leerlos, ni comprenderlos.