Con esta frase una anciana en tono altivo se abrió paso ante una multitud de jóvenes que escuchaban impávidos a un militar que el 1 de Septiembre les «sugería» que se dejarán de marchas inútiles porque el residente era irrevocable.
La sabia voz de esta anciana, interpretaba perfectamente aquellas miradas ávidas de esperanza y de soluciones, que no deben reducirse al terreno de la violencia. Una sociedad incapaz de dar sentido al significado de las realidades que le abordan, es una sociedad destinada al círculo de la agresión y la división.
Pero los venezolanos no somos eso. Somos una sociedad que nos gusta la libertad, la paz, el compartir fraternal de un juego de pelota, de una noche familiar para hacer hallacas, en fin nos gusta la alegría. En los últimos años hemos perdido paulatinamente nuestras tradiciones, nuestra idiosincrasia y es momento de preguntarnos ¿Qué mas debemos soportar antes de que perdemos por completo, nuestra identidad?
Años atrás parecía absurda la idea de celebrar la compra de un papel «tualé», o una Harina P.A.N. con la misma alegría con la que festejamos un juego Caracas-Magallanes. Y es aquí cuando la campana del «5 pa las doce» suena para evitar que nos volvamos salvajes, que perdamos nuestro acervo y que nos volvamos una sociedad «basica». Lo simple es terreno fértil para lo experimental, para ser ratones de laboratorio de un presente y futuro lleno de sangre y de violencia.
Debemos cambiar el presente de un pensamiento irascible, reactivo y salvaje, por el futuro de un modelo de reflexión humana que devuelva la lógica a un país que la tiene secuestrada desde hace muchos años atrás.
¿Qué se ha logrado políticamente cuando hemos decidido la opción del enfrentamiento directo? Mas allá de casi 50 martires y 93 presos políticos?
Estamos en tiempos de cambios irrevocables. Muchos, ante la desesperación de cambiar lo inmediato y lo evidente de un desgobierno, pierden la perspectiva y la capacidad de argumentar sus acciones, careciendo de la objetividad necesaria, para transformar el caos, en soluciones para los venezolanos.
En el desánimo, muchos critican la arbitrariedad de un proceso lento de transformación pacífica. Y en lo inmediato tienen sobrada razón, pero solo trabajando unidos en la articulación de leyes y la no violencia, es el mayor esfuerzo que debemos hacer para lograr el orden que procuramos a largo plazo. El camino democrático representa el esfuerzo acumulado para que nuestros déficits y necesidades sean las bases constructoras de la nueva sociedad venezolana.
Los violentos están sentenciados a desaparecer, porque en el terreno de las ideas y las libertades, son los menos aptos. Pero, «si apostamos por el terreno de la agresión», son las ideas y la paz las que tienen sentenciada su fecha de muerte. La violencia sólo nos lleva a diferenciar al hombre del hombre, en un país que pide a gritos unión.
Para eso debemos perder el miedo a pensar, debemos desmontar los mitos que nos han sido infundados, porque al final son solo eso: mitos. Que con repetición mediática mal lograda, ha abortado una precoz concepción colectiva de la mitología de un utópico socialismo del siglo XXI. Mitos que nos han llenado de miedo, de pasado, pero el pasado no siempre significa presente.
El legado esperado, la tan prometida transferencia del poder al pueblo; se frustró por la incompetencia de una gestión de un régimen que ha dejado a Venezuela en condiciones de vida similares a las de los países más desasistidos y con menores recursos del mundo.
Algunos ingenuamente proponen soluciones importadas de países del este de Europa o del Medio Oriente, donde férreas dictaduras han sucumbido ante la sublevación de un pueblo. Pero estos modelos no son aplicables en la sociedad venezolana. Estas sociedades tienen un pasado muy reciente de guerras civiles, de terror y miedo. Sociedades donde sus ciudadanos se han acostumbrado a la tiranía y a la muerte como hecho cotidiano de la lucha política. Ellos han seguido el camino de la violencia, y en estos escenarios, históricamente, la paz y la libertad han tenido sus días contados.
Afortunadamente este no es el caso de Venezuela. Los venezolanos somos un pueblo pacífico que ostentó hasta hace poco tiempo el título del país latinoamericano con más años de democracia. Somos un país desbordado de ciudadanos democráticos que han perdido el miedo y que diariamente alzan su voz y claman al tirano ¡Libertad!
En este contexto, la activación de el Referendum Revocatorio es el reto a lograr para salvaguardar la esperanza por la paz del país y lo que queda del legado democrático, ante un régimen que tiene razones para no aceptar que el poder tiene fecha de caducidad, y que en la práctica es el ciudadano quien la coloca.
Si deseamos evitar una versión criolla de «Juego de Tronos», o en su peor escenario los «Juegos del Hambre», debemos trabajar en paz por el Revocatorio ya que este cuenta, con el elemento que a los demás poderes le falta: la gobernabilidad sobre el «resguardo» de la soberanía de un país, la democracia y la voluntad del ciudadano.
El Revocatorio es una herramienta donde el protagonista principal son los ciudadanos y aunque en estos momentos enfrenten una ambivalencia que le orienta a debatirse sí exponerse o no más de lo «necesario», la lucha pacífica por su activación merece el esfuerzo.
Es entonces, donde la decisión de apostar por la paz de un Referendum Revocatorio en protesta pacífica no es una opción, sino una obligación moral de la mano de la reflexión y la acción, pero sin exponernos como «carne de cañón». En el terreno de los violentos, no tenemos muchas probabilidades de superar la experticia y habilidad de una tiranía que sin duda alguna es totalmente REVOCABLE.
Las claves para ello son la unión cívica y organizada, el no desespero, no reducirnos a la lucha violenta y mantener la disciplina y sobriedad con el sentido común que nos otorga el instinto de supervivencia. Por otro lado, nuestros lideres políticos deben tener la sabiduría para interpretar el clamor de ese pueblo que les ha confiado el destino de Venezuela. Sépanlo respetar.
Eduardo Antonio Rodriguez Armando