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Sin duda era el último vástago con poder de aquella burocracia que Chávez empezó a forjar al otro día de asumir la presidencia por allá a comienzos de febrero del 98. Los otros pudieron ser Jorge Giordani, Diosdado Cabello, Nelson Merentes, Nicolás Maduro, Jacquelín Farías y Darío Vivas. Pero de todos, nadie llegó a ser tan desmesuradamente poderoso como Ramírez, y a tal grado, que no fueron pocos los analistas que pensaron que lo preservaba como su sucesor en caso de cualquier imprevisto.
Y eso que Ramírez, ni venía de los grupos de civiles que se unieron a la conspiración militar, ni se destacó en la campaña electoral, y, mucho menos, en los inicios del gobierno.
En otras palabras, que llegó a la administración el 2000 o el 2001, cuando Alí Rodríguez, ministro de Energía y Petróleo, lo colocó en la dirección de la empresa que después se llamaría PDVSA-Gas.
Ahí lo encontró Chávez durante el paro, y después, cuando Rodríguez dejó la presidencia de la estatal (2004), lo sustituyó por Ramírez, nombrándolo, además, titular de Energía y Minas.
Por entonces muy pocos en el chavismo, o fuera de él, sabían muy bien de quien se trataba, aunque, después de ponerse al frente de las políticas sociales de la “nueva” PDVSA, no costó convencerse que se trataba de un alto funcionario de largo aliento.
El mismo Chávez se encargó de manifestarlo en cuanto oportunidad se le ofrecía, como si fuera su propósito demostrar que se trataba del segundo hombre del gobierno.
Milagro que podía atribuirse a los lazos que su padrino, Alí Rodríguez, le ayudó establecer con la nomenclatura cubana.
Pero hoy todo eso es pasado, Chávez murió a comienzos del 2013, y su culto, si sirve para algo, es para identificar cuáles son los hombres que, por ser los favoritos del presidente eterno, puedan sentirse tentados a tirar cualquier aventura.
Ayer fue Giordani, hoy fue Ramírez ¿quién será el próximo?