Todo transcurría según lo previsto. Los discursos de los diplomáticos solo parecían la tediosa antesala de una condena sin precedentes al Gobierno de Venezuela en la Organización de Estados Americanos (OEA), el organismo más crítico con el chavismo en la región. Los 23 votos necesarios parecían amarrados cuando El Salvador tomó la palabra.
-En nombre de la democracia, que se dé un espacio, un receso, lo que sea.
El reclamo del canciller, Hugo Martínez, fue aceptado entre las miradas cariacontecidas de algunos ministros. La reunión de cancilleres se detenía 45 minutos. La derrota se había consumado.
México había preparado el terreno para llegar a la Asamblea General y salir victorioso. El pasado 31 de mayo, los cancilleres de la OEA aplazaron su reunión en Washington en aras de llegar a un acuerdo sobre las dos resoluciones que había sobre la mesa: la promovida por México y 13 países más –los más poderosos de la región- exigía la liberación de los presos políticos, el cese de la violencia y que no se celebrase la Asamblea Nacional Constituyente, que el chavismo prevé para el próximo 30 de julio. El segundo texto, impulsado por los 14 países de la Comunidad del Caribe (Caricom), era mucho más tibio y apenas pedía el diálogo entre el chavismo y la oposición. En ningún caso exigía la liberación de los presos o hacía referencia alguna a la Constituyente.
La negociación estaba en marcha. Por delante, dos intensas semanas. Había que dar un paso más allá de los pronunciamientos de esa suerte de G-14 y del activismo del secretario general de la OEA, Luis Almagro, que este sábado anunció que dejará la OEA el día que haya «libertad en Venezuela». De lograr sacar adelante la resolución, México se apuntaría una gran victoria para su diplomacia, ausente de América Latina en las últimas décadas. La diplomacia mexicana recurre a Contadora frecuentemente para recordar los tiempos en que su prestigio internacional le permitió ayudar a lograr la paz en Centroamérica.
Nada más aplazarse la reunión del 31 de mayo comenzaron las negociaciones, según la reconstrucción que se ha hecho a partir de la versión una decena de fuentes, entre embajadores, diplomáticos de diversos países y miembros de la OEA. Ambas partes acordaron crear un pequeño grupo de negociadores para agilizar las conversaciones: Estados Unidos, Brasil y Perú, por una parte; Barbados, Guyana y Antigua y Barbuda, del lado caribeño. Antes de llegara a Cancún se reunieron al menos cuatro veces. México prefirió no participar directamente en los encuentros. La crispación con el Gobierno de Venezuela ha aumentado en los últimos meses. La crisis ha derivado también en un tema de política interna, toda vez que al partido gobernante, el PRI del canciller, Luis Videgaray, le sirve para azuzar al principal candidato de la oposición, Andrés Manuel López Obrador, quien se ha mostrado tibio ante el Gobierno de Maduro. Pese a no participar, México estuvo al tanto de estos encuentros a través del embajador ante la OEA, Luis Alfonso de Alba, un diplomático con más de 30 años de experiencia.
Hasta la madrugada del domingo, solo unas horas antes del arranque de la cumbre, las delegaciones intercambian llamadas, mensajes y borradores sobre la condena a Venezuela. El último texto había suprimido la mención a la liberación de los presos políticos y sobre la Asamblea Constituyente apenas se pedía que se reconsiderara su celebración. A unas horas del comienzo, México había logrado humo blanco. Se lo confirmó a varios representantes del G-14 el embajador de Antigua: “Podéis estar tranquilos”. Se había conseguido lo impensable semanas antes: al menos 10 países apoyarían la condena a patrón petrolero. Las posibilidades de superar el umbral de los 23 votos necesarios eran muy altas y México pensaba ya en lograr un resultado abultado, con el apoyo de El Salvador.
Para entonces, Venezuela se había puesto en marcha. Había llegado a Cancún con una delegación de casi 20 personas, la más numerosa. Comenzó entonces la embestida contra la débil diplomacia caribeña, una suma de islas endeudadas y dependientes del petróleo bolivariano. La presión fue total. Delcy Rodríguez, en su última misión como canciller, se vio con todas las delegaciones y consiguió una reunión con el Caricom en pleno, algo que no se le concedió a México.
El humo blanco se fue oscureciendo con el paso de las horas. La estocada definitiva ocurrió durante la reunión de cancilleres. Después de horas de discusión, El Salvador pidió un receso en la sesión. Aseguraba que ellos sí, pero otros países –San Vicente y las Granadinas, Haití o Dominica, entre otros- no habían visto el nuevo texto. La sesión se detuvo casi una hora.
Al regreso, solo seis países caribeños votaron a favor del texto. Otros tantos se abstuvieron, entre ellos Antigua y Barbados, cuyo embajador había garantizado los apoyos horas antes. República Dominicana y El Salvador, dos países a los que Venezuela ha puesto en el radar para una posible mediación con la oposición, también se abstuvieron.
La posición del país centroamericano irritó sobremanera a México, según varios de los presentes. Los anfitriones se sintieron, en cierta manera, traicionados por un país de su órbita de influencia. Unos días antes, había impulsado en Miami una reunión al máximo nivel entre los países centroamericanos y Estados Unidos. Mexico dio por hecho que el gesto de promover aquel encuentro sería recompensado.
Igual de hiriente, aunque no tan sorprendente, fue el cambio de posición de los países del Caribe. Venezuela desplegó su artillería diplomática para llevarlos a su terreno. El as en la manga del Gobierno bolivariano sigue siendo el oro negro. De nada sirvió el trabajo de las semanas previas. Ni siquiera que el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Julio Borges, en un reciente viaje a Washington tratase de convencer a algunos de estos países. “A ustedes no les interesa una Venezuela que no sea próspera”, les advirtió. Dio igual. El Gobierno de Maduro no tuvo que ofrecer más petróleo, bastó presionar con la deuda para atraer a los timoratos.
Ocho países se abstuvieron en la votación de la resolución que pedía el inicio de un proceso de diálogo entre el Gobierno y la oposición y que se reconsiderase la celebración de una Asamblea Constituyente en Venezuela: Ecuador, uno de los aliados más férreos de Venezuela en la historia reciente, El Salvador, República Dominicana, Haití, Granada, Surinam, Trinidad y Tobago y Antigua y Barbuda. La importancia de la llamada diplomacia petrolera fue capital en ese sentido. Haití, por ejemplo, tiene una deuda de unos 1.500 millones de dólares con Venezuela, por los más de 900 de El Salvador o los 350 de Antigua y Barbuda. En el caso de República Dominicana, el Gobierno de Venezuela anunció en enero de 2015 que reducía en un 52% de la deuda del país caribeño, que se había estimado en algo más de 4.100 millones de dólares, la mayor parte por acuerdos en el marco de Petrocaribe.
“Nunca vi un ejemplo de cubanización en la diplomacia de un país tan profunda como esta”, asegura un diplomático al tanto de las negociaciones.
La impotencia la consumó Estados Unidos. La ausencia en el último momento del secretario de Estado, Rex Tillerson, fue un jarro de agua fría. Su participación, coinciden los consultados, incluso entre los críticos, hubiese podido cambiar el panorama. La Administración Trump decidió enviar en su lugar a John Sullivan, vicesecretario de Estado, confirmado en el cargo a finales de mayo.
-Estados Unidos no hizo su trabajo. No había nadie al otro lado. Pensar que te puedes sumar a un esfuerzo y no incorporar a la caballería es absurdo, resume uno de los embajadores consultados.
El resultado es un fracaso para la diplomacia mexicana y su canciller, Luis Videgaray. México se había erigido en los últimos meses como la voz altisonante de la región ante la deriva del Gobierno venezolano, como antes lo fueron Argentina, Colombia o Perú. “En Venezuela no hay democracia”, dijo algunas semanas Videgaray. La diplomacia de México, otrora capital en la solución de conflictos en la región, se quedó a las puertas de lograr una resolución histórica. No obstante, no logró siquiera recabar el respaldo al texto de un país centroamericano como El Salvador.
“Tenemos la obligación política y moral de seguir agotando todos los caminos. A quienes están en las calles, no tienen comida hay que decirles que vamos a continuar para alcanzar un mecanismo de solución», insistió Videgaray, quien se las tuvo que ver en todo momento con su contraparte venezolana, Delcy Rodríguez. La delegación venezolana, quien a pesar de haber anunciado en abril que dejaría el organismo, decidió jugar con más personal que nadie su última batalla ideológica y aterrizó el domingo con una veintena de miembros con tal de frenar las deserciones de los países afines. La canciller venezolana abandonó el lunes la reunión de los representantes de Exteriores y aseguró, de nuevo, que jamás regresaría a la OEA. Este martes, no obstante, participó en la primera sesión de la Asamblea General. Cada vez que un país hacía una mención a la deriva autoritaria de Venezuela, Rodríguez pedía el turno de réplica para criticar la intervención y acusar al ponente de injerencia. Más allá, cargó contra el Gobierno anfitrión y sacó a relucir algunos de los temas más espinosos para México, como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa o el asesinato de periodistas. Sobre los 80 días de protestas en su país, en el que han muerto más de 70 personas, las últimas por disparos a bocajarro de la Guardia Nacional, no dijo nada.
Si la diplomacia mexicana sufrió un revés, no menos varapalo se lleva la OEA en su conjunto. Bajo la dirección de Luis Almagro el organismo ha elevado el tono respecto a Venezuela, pero no ha conseguido resultados rotundos más allá de las numerosas declaraciones críticas de la mitad de sus miembros. En una reunión que se ha catalogado como la más relevante de los últimos años no estuvo presente siquiera el secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson.
Con información de El País
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