Manuel Malaver
Todos los traidores no son psicópatas, porque se supone que tras la traición hay un cálculo que es lo más ajeno al comportamiento de los desquiciados. Pero cuando se traiciona por traicionar, y además, se cobra, entonces hay que admitir que la traición va unida a una perfecta insania.
Este es el caso de Hermann Escarrá, sin duda uno de lo más grandes traidores que ha conocido la historia venezolana y quizá no tanto por el número y las cantidades en metálico que le han reportado, sino por la velocidad con las que las ha ejecutado.
Así, en el curso de los últimos 20 años, al famoso rábula se le han contabilizado más de 15 y todas en lo que espabila un cura loco y, como remata el habla coloquial, sin beber agua.
De Escarrá se cuenta, por ejemplo, que empezó siendo copeyano, después de una secta llamada Opina, luego de un partido fundado por el Caldera tardío con el nombre de “Convergencia” y, al final, de otros más que sería largo notariar.
Habría que esperar, sin embargo, hasta los últimos 17 años para que el “hombre de los trajes negros” se luciera e hiciera olvidar a un camaleón emblemático de los 205 años de historia republicana del país: el Marqués de Casa León.
Y es que, en tan solo década y media Escarrá fue un chavista originario y raigal, y de repente dio un salto -no de talanquera sino de garrocha-, y apareció en los brazos de la oposición, para luego, cuando todo el mundo pensó que se había detenido, girar en retroceso y regresar al chavismo.
Reconozcamos que, en una y otra profesión –Escarrá siempre cobra- el rábula se mostró aguerrido, dio lo mejor de si mismo, pareció que se había corregido, pero para al poco desmentirlo y demostrar que traicionar está en su naturaleza.
Hoy Escarrá inventa falacia tras falacia, argucia tras argucia, pero sin asustar a nadie, porque es, simplemente, un número de los tantos de una ruleta que conoceremos en su próxima traición.
Hagan sus apuestas.