El duelo cotidiano que retuerce cada día un poco más a Venezuela, acaba de agregar una novedad que influirá en el destino de esta tragedia. No es debido estrictamente a la intervención del Vaticano, un hecho que merece reflexión aparte por las controversias que disparó. Pero hay una dimensión mayor que debe ser observada y es sobre lo que el gobierno pretendió hacer con este suceso para quebrar a la oposición. Buscó primero jugar el efecto sorpresa del encuentro entre el Papa y el presidente Nicolás Maduro, que nadie preveía dadas las circunstancias. Y luego, con semejante blindaje, apagar los fuegos de la coyuntura encendidos por el doble portazo al revocatorio y las elecciones de gobernadores. La realidad, sin embargo, se saldó de un modo diferente al que esperaba Maduro. La oposición retuvo la iniciativa y resistió la embestida, aun con el revoleo que hizo el chavismo de la figura de Francisco. Ese resultado es el que exhibe una alta capacidad transformadora.
El pasado miércoles era notable el desconcierto del régimen frente a la inesperada y dura posición unificada que acabó exhibiendo el liderazgo disidente. La coalición había acusado el golpe y no tuvo al comienzo claridad sobre como reaccionar a la señal que implicaba que el Papa se reuniera con un Maduro con fuertes desvíos despóticos, pero no con ellos. Parte de la dirigencia no quería desafiar al pontífice con un rechazo al diálogo. Pero la inmensa marcha antigubernamental de ese día dejo poco espacio para las dudas.
Los gatillos de ese desastre están a la vista. Ya no es sólo la inflación, el desabastecimiento y la violencia. Se han agregado ahora epidemias como difteria o malaria, que se ceban en los sectores más empobrecidos, antigua base de apoyo del chavismo. El abismo también suma el default parcial de la petrolera estatal —sorprendente derivación en un país dueño de la mayores reservas mundiales de crudo— y la destrucción en apenas tres años de un cuarto del PBI nacional. El chavismo no ha hecho más que convertir a la ineficacia en una exitosa ideología.
La posibilidad del referéndum revocatorio, como antes las legislativas de diciembre, operaba como una válvula de expectativas para la cólera ciudadana. El gobierno canceló el 20 de octubre esa chance electoral y antes la de gobernadores, violando la Constitución por cierto, pero, en lo central, quitando un espacio básico de alternativa política. La oposición entrevió que cualquier negociación requeriría una agenda diferente a la del régimen para evitar que esa anormalidad se consolidara. Un comunicado de la alianza fijó cuatro puntos como condiciones: respeto al voto (referéndum), libertad de los presos políticos, regreso de los exiliados y autonomía a los poderes (cesar el acoso al Parlamento.
La tradicional diplomacia de puntas de pie del Vaticano exhibió en este litigio algunas fallas. No hizo inteligencia previa para una adecuada caracterización de la situación y prever lo que acabó sucediendo. Fue notable que el líder opositor Henrique Capriles, un socialdemócrata cuyo estilo e ideología coincidiría con el imaginario político del Papa argentino, haya avisado que se enteró de estas negociaciones por la televisión. La situación que acabó creándose fue de tal embarazo que la iglesia venezolana salió a corregir los anuncios del Vaticano y bajar el tono de la cita planteada para iniciar el diálogo este domingo. Ahí sólo irá un enviado de la oposición para listar aquellas condiciones que, bien leídas, son poco menos que la capitulación objetiva del esquema que ha regulado el país 17 años.
El peor golpe en este enredo lo recibió Maduro, que había regresado de Roma convencido del valor de esa baraja. Ahora las cosas lucen peor que antes para el régimen y con el Vaticano sin reversa, urgido de establecer una real negociación antes que no sea posible. Lo que debe observarse es que todos los elementos indican una agudización de la crisis. La semana próxima este choque de trenes puede suceder de la peor manera.
Con la enorme capacidad de movilización que ha demostrado, la oposición lanzará el jueves una marcha hacia la sede gubernamental en Miraflores para avisarle a Maduro que está siendo enjuiciado. Henry Ramos Allup, presidente del Legislativo, ha dicho que si hay represión, será la responsabilidad del régimen. El gobierno respondió en boca del vicepresidente Aristóbulo Asturiz que esperará a la gente con “los caballos de hierro”, metáfora triste de los grupos armados parapoliciales (colectivos).
Marcelo Cantelmi vía Clarín
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