Entre el arsenal de infamias que, de manera inevitable, usa un sistema político comunista y dictatorial para mantenerse en el poder, ninguno más sorprendente y escandaloso que el cinismo, y que consiste, no solo en no corregir las malformaciones implícitas en su implementación, sino en enorgullecerse de ellas.
La Venezuela de hoy día, con su laboratorio socialista, no secreto sino en plena vía pública como consecuencia del auge de la comunicación electrónica, la Internet y las redes sociales, nos permiten analizar el fenómeno que, de paso, es tan inusual en los usos de la historia y de la política, que tarda tiempo creerse y admitirse.
Y es que, ver al dictador Maduro proclamando que la hambruna generalizada que se propaga en el país no es obra de su régimen sino de la oposición, o Aristóbulo afirmando que el derrumbe de los servicios públicos de salud y educación vienen de la mano del propio imperialismo yanqui, o a Jacqueline Farías dicendo que “en las colas la vida es más sobrosa”, no son síntomas que puedan llevarse a las consultas de politólogos y sociólogos, sino de psiquiatras y etólogos.
Catástrofe sin parangón en la historia de un país, que alude al desiderátum de si sus habitantes permiten que unos desquiciados lo conviertan en un manicomio y una tierra arrasada, o si, al contrario, obligan a rebelarse con todas las armas disponibles… llegado el momento.