Manuel Malaver
Hay que admitir que el choque que ha sacudido al país a raíz de la mayoría absoluta que obtuvo la oposición en las elecciones parlamentarias del 6D, la Asamblea Nacional, no sólo es la que ha llevado la peor parte, sino la que ha perdido más poder.
Y ello por una razón muy sencilla: la AN se quedó sin iniciativa ante un Poder Ejecutivo que, semanas después de la derrota catastrófica sufrida por el oficialismo, creó un Poder Legislativo paralelo que, sorprendente e impunemente, fue rebanándole facultades a la AN.
Se trata del tristemente célebre, Tribunal Supremo de Justicia, TSJ, organismo espúreo, con la mayoría de sus miembros electos fuera de lapso, sin credenciales para ejercer sus cargos y acusados de incurrir en delitos como mercadear sentencias, corrupción desenfrenada y complicidad con el narcotráfico.
Lo gritó el recién electo presidente de la AN, Henry Ramos Aliup, quien prometió, de paso, que una de las primeras tareas que acometería la mayoría absoluta opositora sería destituir a tamaños forajidos y llevarlos a la cárcel.
Lo que sucedió, al contrario, fue que la AN legitimó rápidamente al TSJ al permitir que invalidará las credenciales de tres diputados de oposición electos por el Estado Amazona, y después, consecutivamente, se ha quedado sin respuestas ante decisiones que han restringido sus facultades y anulado sus leyes.
En otras palabras que, el TSJ ha actuado como “un brazo armado” que ha reforzado al dictadura de Maduro, promoviendo una situación insostenible que, o se soluciona o conducirá a una guerra civil.
Creo que tan alarmante estado de cosas está en la exhortación que ayer hizo la AN para que el Poder Ejecutivo, el Judicial y el Electoral respeten la constitución y acaten la normalización institucional del país pues, de otra manera, no quedaría más remedio que invocar el artículo 350 de la Carta y llamar al derrocamiento de Maduro.
¿Llegaremos a tal extremo? No puede asegurarlo, pero sí que estamos en la antesala de sucesos que podía significarle más violencia, represión y derramamiento de sangre al país.