Manuel Malaver
No me cabe ninguna duda: Maduro apresura las acciones para que, desde algún ángulo del espectro político, se desate la crisis que haga inaplazable su salida, por la vía que sea, del poder.
Y sería lamentable, muy lamentable –aparte de inconstitucional-ya que le quitaría de las manos, por lo menos a 15 millones de electores, la oportunidad de desalojarlo pacífica y democráticamente de Miraflores.
Que es lo que no quieren, no solo el exlíder autobusero, sino también sus compinches en la destrucción de Venezuela, léase la élite cívico-militar narcosocialista y ultracorrupta que lo secunda, hasta que no le ofrezca garantías para su impunidad y supervivencia y sea la primera en decirle adiós si le toca irse en avión, barco, balsa o por los caminos verdes.
Porque, una cosa es que a un socialista o populista lo derroque una explosión social, un golpe de Estado o una insurrección popular; y otra, que millones de electores se congreguen un día de la semana y, en cuestión de horas, depositen sus votos para decirle adiós a un tirano, dictador o autócrata que los mata de hambre, enfermedades e inseguridad.
En el primer caso, apuesten que no se cansará de repetir que no lo derrocó el pueblo sino una minoría derechista, financiada por los imperialistas yanquis y engañada para que embistieran contra el sistema que los había hecho rotundamente felices: el socialismo.
Y si ese el caso, entonces a conspirar desde el exterior, a refugiarse en Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, a agrupar partidarios de los cinco continentes y a lanzarlos por oleadas contra las democracia reconstruida para derribarla por las vías violentas y, si se dejan, en unas elecciones democráticas, inobjetables y pulquérrimas.
Utopía que jamás volvería a intentarse si los autores del desalojo son los 15 millones del Revocatorio, por ejemplo, o de cualquier otro evento electoral en que el pueblo, sin coacción, y por una acción cuantificable y verificable establece que no los quieren en sus países ni en ninguna parte y que los expulsan de una vez y para siempre.
Y con ellos, al socialismo, al sistema político y económico anacrónico e inviable que lo que hace es promover la ruina, la miseria, instaurar feroces dictaduras y perpetrar gigantescas violaciones de los derechos humanos.
Dictamen que, aparte del pánico histórico y político, lanza a los derrotados socialistas a temblar ante la justicia nacional e internacional que los espera para guardarlos entre rejas.