Toda América latina mira hoy con enorme tristeza y dolor a Venezuela. Con una profunda y justificada preocupación por la catástrofe económico-social en la que está sumergida y de la que no podrá salir mientras perdure el mandato de Nicolás Maduro, cabeza de un gobierno inepto, autoritario y corrupto.
Sólo la aplicación de un referendo revocatorio, previsto en la Constitución venezolana, podría cambiar ese estado de cosas. La oposición lo impulsa y, como era esperable, el gobierno busca por todos los medios dilatar esa posibilidad, ya que, de producirse este año, debería convocarse a nuevas elecciones presidenciales. Según encuestas, sólo el 7% de los venezolanos cree hoy que Maduro debería seguir gobernando.
Maduro y sus Fuerzas Armadas tratarán de impedir esa jornada de protesta. De hecho, ya la calificó como golpe de Estado y advirtió que, de producirse, sería reprimida de una forma incluso más violenta que la registrada en Turquía.
Resulta totalmente justificada, entonces, la alerta del secretario general de las Naciones Unidas respecto de una inminente crisis humanitaria. Ninguna nación debería hacer oídos sordos a este grave llamado de atención.
Seguramente, los venezolanos saldrán masivamente a las calles el próximo 1º de septiembre. Todo ello ante los ojos de un mundo que, desde hace rato, contempla indolente cómo en Venezuela se maltrata y se castiga a todo un pueblo. La hora de las definiciones está cada vez más cerca. En tan delicados momentos, urge que apoyemos a quienes luchan por escapar de una opresión que lastima tan severamente las libertades propias y las del continente.
Diario La Nación.